Pokemon Go: lo mejor y peor que le ha podido pasar a la saga Pokemon

La semana pasada se cumplía un año del lanzamiento de Pokemon Go, lo que sin duda fue uno de los eventos más importantes ocurridos en 2016. Este juego para móviles, desarrollado por Niantic causó expectación en todo el mundo hasta el punto de que, fueras donde fueras, siempre había gente jugando o cargando el móvil para poder jugar. Sin embargo, igual que no puedo negar que ha sido lo mejor que le pudo pasar a una saga en declive, como fiel seguidor de la saga también de itir que ha sido lo peor que le ha podido pasar a la franquicia.
Antes de empezar a explicar la confusa frase anterior, he de decir que este artículo es 100% de opinión personal, por lo que seguro que muchos, la mayoría, no compartirá la misma opinión. Yo hablo desde mi experiencia, desde la experiencia de alguien que ha jugado a todos los títulos de la saga, incluida la edición Verde, y que ha sufrido, a lo largo de los años, el declive de estos monstruos de bolsillo que una vez conquistaron nuestros corazones y, probablemente, aumentaran la venta de pilas a nivel mundial.
Mientras que la semana pasada se cumplía un año del lanzamiento de este título revolucionario a nivel mundial y todos escribían lo que la mayoría quería leer, aprovechando que hoy es el aniversario de su llegada oficial a España, yo pensaba si de verdad el aniversario de la llegada de Pokemon Go es algo digno de celebrar o, por el contrario, en realidad fue algo malo que no debería haber llegado tal como lo hizo.
Cuando en julio de 2016 este título empezó a llegar a los distintos países del mundo, la verdad es que parecía que era lo mejor que podía pasar a esta saga que, desde hacía años, estaba completamente destrozada (y más tarde explicaré por qué). En apenas unas semanas, este título consiguió que millones de personas jugaran a la vez a este juego. Fueras donde fueras siempre había por la calle y, sobre todo, en los parques gente jugando en sus teléfonos móviles, lo cual me llevó a recordar a la edad de oro de Pokemon, allá por el año 1999-2000 donde nos juntábamos los amigos a la salida del colegio, todos con la Game Boy o GameBoy Pocket (y algunos con suerte, la GameBoy Color) y jugábamos unos coliseos o cambiábamos Pokemon, generalmente para clonarlos con el truco del cable.
Pokemon Go consiguió que, de nuevo, tanto jóvenes como no tan jóvenes volvieran a aficionarse a este título, volvieran a jugar con estos monstruos de bolsillo y muchos volvieran a ver que la saga no estaba acabada, especialmente después de que la segunda generación fuera la última fiel a sus principios (Oro, Plata y Cristal) y no empezara a obligarnos a jugar con los IVs o a obligar a nuestros Pokemon a participar en concursos de belleza a la vez que les obligábamos a comer bayas amargas o a juntarse con otros de la misma (o distinta) especie para dar lugar a descendientes con habilidades especiales e incoherentes (¿un Snorlax con insomnio? por favor…).
Aunque muchos no estarán de acuerdo con esto, Pokemon perdió su esencia con la llegada de la tercera generación, cuando se empezaron a introducir los IVs de los Pokemon y las cosas extrañas que para nada tenían que ver con la lógica. Y, aunque el Blanco/Negro y el X/Y podían ser un poco aprovechables, la llegada de SOL y LUNA a capturar los Pokemon de la primera generación o los de la segunda. Pero no, Niantic pone ñapas al juego y, como lanza un Pikachu con una gorra, la gente se vuelve loca de nuevo.
De todas formas, como he dicho, esto no deja de ser un artículo de opinión personal. Para Niantic, e incluso para Nintendo (quien estaba casi en bancarrota antes de lanzar Pokemon Go), sin duda este título ha sido lo mejor que les ha podido pasar, y es que en el último período, sus beneficios han aumentado cerca de un 3000%, lo cual, por desgracia, les anima a seguir sobreexplotando y destrozando más la saga Pokemon.
Y si no me creéis, esperad al lanzamiento de Ultra Sol y Ultra Luna, dos juegos que han sido posibles gracias, en gran parte, al éxito de Pokemon Go y que seguirán dando martillazos en las cabezas de quienes un día apostaron todo a un último juego antes de quebrar y, gracias a él, siguen en el mercado 20 años más tarde.